Por Ulises Rico Olivero
El
viejo Julio H, como era conocido por todos en el barrio al señor Julio H
Padilla, mantuvo de por vida la tradición de disfrazarse de toro. Cada año,
durante los cuatro días del carnaval desde las siete de la mañana salía de su
casa bramando, sacando tierra con los pies y agarrando la máscara por los
cuernos, cruzados por cintas multicolores,
les hacía sonar los
cascabeles y se perdía por las calles,
entonces polvorientas, de la ciudad. En todo el barrio
se sabía quién estaba dentro de aquel disfraz de toro negro, a fuerza de verlo
todos los años. Un miércoles de cenizas
cuando algunos retomaban sus labores cuotidianas, otros se dirigían a sus
lugares de trabajo con la cruz de ceniza en la frente y algunos
caminábamos hacia nuestros colegios o escuelas, me topé, en el cruce de Olaya
herrera con Caracas, esquina del almacén Sears
Roebuck de Colombia, al toro durmiendo la pea. Le soné la máscara e
inmediatamente se paró y, como si fuera domingo, comenzó a sacudir la careta,
bramar y embestir.
Al viejo Julio H le pasó lo del maraquero, que
terminó el fandango pero continuó sacudiendo las maracas.
Bonitos tiempos aquellos de
carnaval. Cómo nos divertíamos y sin gastar un solo peso parrandeábamos los
cuatro días. Solo bastaba vestirse un saco viejo, con olor a naftalina, al
revés, ponerse una máscara de marimonda, agarrar una varita de calabazo y dar
pito de caucho todo el tiempo con movimientos graciosos y buen humor. Con estos
ingredientes asegurábamos tragos en las puertas de las casas en donde hubiese
gente parrandeando.
Cuando, desde san pacho,
llegábamos al paseo de Bolívar, ya estábamos ajumaos.
Pero, hablar de Barranquilla,
la arenosa, sin hablar del Atlético
Junior, “tu papá”, es imposible. Este
equipo local de futbol es parte del espíritu barranquillero como lo son también
la calle ochenta y cuatro, calle que utiliza
para celebrar los carnavales, los triunfos del Junior o llorar sus
derrotas. Para celebrar las victorias de
las selecciones colombianas de futbol de cualquier categoría. El destartalado
estadio Romelio Martínez, el estadio
metropolitano Roberto Meléndez, el teatro Amira de la Rosa, el estadio Tomás
Arrieta, el Suri salcedo, el transmetro, los barrios Rebolo, Abajo, San pacho,
Montecristo, las calles Murillo, setenta y dos, de las vacas, la vía cuarenta,
etc.
El barranquillero siente los
logros de su equipo como propio y no escatima esfuerzos para, a cualquier
costo, celebrar tan tremenda
hazaña.
Nombrar al Junior es
identificar a la ciudad y viceversa. Barranquilla goza o sufre por su divisa.
Aparentemente ese nexo se rompe con las adversidades del equipo, pero como
buena madre, Barranquilla llora por su hijo que sufre de vez en cuando de
bajones en su comportamiento y es perdonado, en su momento, tras el retorno al
buen camino.
Este amor angustioso y con muchos altibajos se
renueva al inicio de cada nueva temporada.
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