Pincelada
currambera (1)
Por: Ulises Rico Olivero
Cuando las placenteras brisas
decembrinas, con sus devaneos, embriagan cada año a los barranquilleros,
envolviéndolos en aromas de matarratones floridos, trinitarias, cayenas y asares de la india como
preámbulo de las fiestas de finales y principios de cada año, el espíritu se
prepara para las celebraciones concatenadas a partir del ocho de Diciembre en
un jolgorio desenfrenado de colores, bailes, serpentinas, confetis, risas,
alcohol y algarabía musical que culminan el Martes de carnaval.
Mi amigo Wilson de las Salas me
dijo un día: “esta vaina hay que seguirla por decimal”. Esta frase nunca se me
ha olvidado.
Los carnavales se inician a partir
del primero de Enero a las cero horas, tan pronto se despide el año viejo y se
recibe el nuevo.
Se dice que “Barranquilla es el
mejor vividero del mundo”. Una concepción abstracta y general de lo que es la ciudad
y la idiosincrasia de las gentes oriundas de allí. “No es barranquillero quien
no mama ron durante esta temporada y menos si no lo hace en los cuatro días del
carnaval o quien durante el año no planea el próximo carnaval”. Es corriente
escuchar esto porque el barranquillero es parrandero, bailador, agarra su
sombra, como pareja, y baila salsa, vallenato o cualquier ritmo del caribe y
sus alrededores. Es mamagallista,
tomador de ron y de frías. Trasnochador todos los fines de semana, canalero,
esquinero, fantasioso, echando cuentos nadie le gana una. Es hazañoso, ñero,
embustero en el buen sentido de la palabra, se las inventa todas. Convierte la
ciudad en templo de la alegría; en templo donde embriagado de fiesta, rinde
culto, durante cuatro días, al dios Baco
y pleitesía al rey Momo. Se libera, saca
a flote esa personalidad folclórica, como él solo sabe hacerlo, dejando a un
lado los prejuicios y rompiendo las barreras sociales en una transmutación de
su yo, para la que no existen estratos sociales ni económicos, al cual regresa,
cual la cenicienta al romperse el encanto, a las doce de la noche del Martes,
después de llorar todo el día y enterrar
a Joselito en medio de una plañidera ajuma.
Cada año deja una
experiencia y un recuerdo diferente pero la esencia es la misma.
Todo esto entra a un estado
de hibernación, hasta cuando, de nuevo, vuelven las brisas Novembrinas con las
lauras, una especie de gallinazo con cabeza roja y plumas blancas debajo de sus
alas que al desplegarlas puede planear durante
muchos minutos, dejándose llevar por las corrientes de aires cálidos de
la arenosa.
Barranquilla es tierra de
mujeres lindas, alegres y coquetas con la vida. A ellas se les brinda tributos
alegóricos con la transportación a un mundo mágico, lleno de fantasías y
ensueños.
El ambiente dopa al
barranquillero durante esta época en donde las penas y responsabilidades pasan
a segundo plano y son trocadas por el abandono a la jarana y el holgorio.
El barranquillero en pleno
carnaval comienza a prepararse para el siguiente. Este es el espíritu del
carnaval y “quien lo vive es quien lo goza”.