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martes, 26 de mayo de 2015

PINCELADA CURRAMBERA 2












Por  Ulises Rico Olivero

El viejo Julio H, como era conocido por todos en el barrio al señor Julio H Padilla, mantuvo de por vida la tradición de disfrazarse de toro. Cada año, durante los cuatro días del carnaval desde las siete de la mañana salía de su casa bramando, sacando tierra con los pies y agarrando la máscara por los cuernos, cruzados por cintas multicolores,  les hacía sonar  los cascabeles  y se perdía por las calles, entonces polvorientas, de la ciudad.                             En todo el barrio se sabía quién estaba dentro de aquel disfraz de toro negro, a fuerza de verlo todos los años.  Un miércoles de cenizas cuando algunos retomaban sus labores cuotidianas, otros se dirigían a sus lugares de trabajo con la cruz de ceniza en la frente y algunos caminábamos hacia nuestros colegios o escuelas, me topé, en el cruce de Olaya herrera con Caracas, esquina del almacén Sears  Roebuck de Colombia, al toro durmiendo la pea. Le soné la máscara e inmediatamente se paró y, como si fuera domingo, comenzó a sacudir la careta, bramar y embestir.
             Al viejo Julio H le pasó lo del maraquero, que terminó el fandango pero continuó sacudiendo las maracas.       
                 Bonitos tiempos aquellos de carnaval. Cómo nos divertíamos y sin gastar un solo peso parrandeábamos los cuatro días. Solo bastaba vestirse un saco viejo, con olor a naftalina, al revés, ponerse una máscara de marimonda, agarrar una varita de calabazo y dar pito de caucho todo el tiempo con movimientos graciosos y buen humor. Con estos ingredientes asegurábamos tragos en las puertas de las casas en donde hubiese gente parrandeando. 
             Cuando, desde san pacho, llegábamos al paseo de Bolívar, ya estábamos ajumaos.
                 Pero, hablar de Barranquilla, la arenosa, sin hablar del  Atlético Junior, “tu papá”, es imposible.  Este equipo local de futbol es parte del espíritu barranquillero como lo son también la calle ochenta y cuatro, calle que utiliza  para celebrar los carnavales, los triunfos del Junior o llorar sus derrotas. Para celebrar  las victorias de las selecciones colombianas de futbol de cualquier categoría. El destartalado estadio Romelio Martínez,  el estadio metropolitano Roberto Meléndez, el teatro Amira de la Rosa, el estadio Tomás Arrieta, el Suri salcedo, el transmetro, los barrios Rebolo, Abajo, San pacho, Montecristo, las calles Murillo, setenta y dos, de las vacas, la vía cuarenta, etc.
                   El barranquillero siente los logros de su equipo como propio y no escatima esfuerzos para, a cualquier costo, celebrar tan  tremenda hazaña. 
                 Nombrar al Junior es identificar a la ciudad y viceversa. Barranquilla goza o sufre por su divisa. Aparentemente ese nexo se rompe con las adversidades del equipo, pero como buena madre, Barranquilla llora por su hijo que sufre de vez en cuando de bajones en su comportamiento y es perdonado, en su momento, tras el retorno al buen camino.
            Este  amor angustioso y con muchos altibajos se renueva al inicio de cada nueva temporada.




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